Miradas continúas

La mirada de cada usuario que abordaba el bus, se dirigía en un primer momento a una sola persona: hacia aquel ayudante que iba en la primera puerta, porque era diferente a los otros, era una mujer.


En la ruta de Masaya, Tipitapa no es común que trabajara una mujer y era aún más raro que anduviera cobrando una joven con una apariencia frágil, como muchos lo  mencionaron, porque ella era delgada y de estatura media.

Lo común en esta unidades, colaboren dos ayudantes, es decir, dos hombres; y es preferible así  porque se necesita fuerza para cargar los bultos pesados que generalmente  llevan las “mercaderas” para vender en los mercados de estos dos municipios.

Peligro en ruedas

Por otro lado, el peligro era evidente en el bus de las seis de la tarde, porque llevaba a bordo más de ciento cincuenta personas, siendo su capacidad de aproximadamente de cien usuarios, hiendo de pie y sentados.

“¿Por qué viajan así?”, comentó un señor que esperaba un bus para el mercado Huembés, “porque la situación nos obliga a que así sea”, dijo otro. “El San Benito”, como es el nombre del bus, es el último viaje de Masaya a Tipitapa, y sale a las seis de la tarde, hora en que estudiantes y trabajadores culminan su jornada del día.

Debido a la hora de partida de dicho transporte, a las cinco y cincuenta de la tarde en la gasolinera de la entrada de Masaya se observa  la concentración de los usuarios en espera de el viaje a su casa, sin embargo, como dijo Cinthya Solórzano, “aquellos que tienen suerte se van a descansar temprano, tomando todavía el bus anterior al último, el cual pasa a las cinco y media”.

Desde las cinco de la tarde hasta las seis, son una de las “horas picos”, y donde se ve a los buses llenos de pasajeros, las otras horas varían entre las seis a ocho de la mañana, el resto del día los viajes son promedios.

Cada viaje una historia

En cada viaje ocurría una historia, como la de Rosario Martínez González, quien trabaja vendiendo fruta en el mercado de Tipitapa, y vive día a día la rutina de viajar en esta ruta, a pesar de las dificultades. 

Martínez González, una mujer alta y recia, vestía camisa sin mangas, con falda larga que cubría  con su delantal blanco y de “encajes”, el cual se veía lleno de monedas, discutía con su voz fuerte, porque aseguraba que le faltaba un canasto, sin embargo todo fue una confusión.

Por Iveth Collado
Agosto 2011
 
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